El futuro y el presente
Cuando escuchas la palabra «futuro», ¿en cuánto tiempo piensas? ¿1, 3, 5, 10, 50, 100 años?
Y si te preguntara ahora mismo: ¿Qué estarás haciendo tú o tu compañía en 50 o 100 años, podrías pensar en ello? Es más, ¿lo has llegado a pensar en algún momento?
No te preocupes, no eres la única persona que está concentrada y ocupada resolviendo el presente, a tal nivel que se olvida de pensar en el futuro.
Pareciera que, en esta era , el futuro ya no importa. El contexto, las noticias, la pandemia, todo parece advertirnos que lo único que tenemos es el ahora.
Los griegos creían que había dos formas de entender y vivir el tiempo: Chronos, o tiempo puramente cronológico y calendárico, y Kairos, que trataba más de estar en el momento. El tema es que hoy nos hemos convertido más en relojes, y menos en personas que viven conscientes de que su recurso más valioso es el tiempo. Terminamos adictos a los indicadores del presente en lugar del presente real en el que estamos como cuerpos en el espacio.
Doug Rushkoff, autor del libro «Present Shock: When Everything Happens Now». Llama a todo este fenómeno «presentismo», un concepto que evoluciona en torno a «todo es en tiempo real, siempre activo, omnipresente y constante».
Dicho presentismo ha provocado que, las personas, las empresas, instituciones y organizaciones cambiaran de un plan orientado al futuro a un proceso orientado al presente. La gente quiere ganar dinero no invirtiendo o esperando recompensas a largo plazo, sino comerciando en el presente y recibiendo recompensas al instante, sin importar qué o quiénes tengan que pagar las consecuencias.
Nos estamos convirtiendo en una sociedad ahistórica, sin sentido de historia, sin sentido de metas. Pasamos de un mundo en el que encontramos significado con el tiempo a uno en el que lo hacemos en el momento.
El problema con esto es que no nos están preocupando las consecuencias o efectos colaterales que dejamos a nuestro paso, solo nos interesa el momento y el tiempo en el que estaremos vivos, pero qué hay de las siguientes generaciones, qué pasará cuando ya no estemos aquí, qué mundo le dejaremos a nuestra segunda, tercera o cuarta generación.
Vivimos en la era de la dictadura del ahora, impulsados por noticias 24 horas al día, 7 días a la semana, la última publicación en redes sociales, el botón comprar ahora, las entregas inmediatas a domicilio. Con un cortoplacismo tan frenético, acompañado de una serie de crisis contemporáneas, desde las inminentes amenazas del cambio climático hasta la falta de planificación para una pandemia global, pareciera el mejor momento de hacer un llamado a pensar a largo plazo. Pero, ¿podemos siquiera hacerlo?
La buena noticia es que sí, estamos habilitados fisiológica y mentalmente para pensar a largo plazo, el tema es, que para lograrlo necesitamos salir de nuestro presentismo, salir de nuestra burbuja de tiempo solipsista y desarrollar una apreciación productiva de nuestra responsabilidad con las generaciones futuras, para aquellos que aún nacen y por lo tanto aún no tienen voz pero que serán afectados por las decisiones que tomemos hoy.
Krznaric propone en su libro «The Good Ancestor: How to Think Long-term in a Short-term World», que uno de los pasos que podemos dar para romper con el cortoplacismo, es lograr la sostenibilidad. ¿Cómo hacemos esto? La alternativa que sugiere Krznaric es la “economía de la rosquilla”, misma que propuso su esposa, la economista Kate Raworth. Esto implica un reequilibrio entre la riqueza social y la protección ecológica en el que «satisfacemos las necesidades de las generaciones actuales y futuras dentro de los medios de los sistemas cruciales de soporte de vida de la Tierra».
Bien, ahora que lo pienso, esta forma de presentismo puede ser un poco impactante, pero también es una oportunidad para comenzar a asumir la responsabilidad de las muchas injusticias que hemos fomentado en distintos niveles durante siglos. Puede que no estemos todos en el mismo lugar, pero compartimos el mismo momento y es ahí donde radica nuestro verdadero compromiso de convertirnos en mejores ancestros.
La ventaja de no tener dinero
Ahora bien, si trasladamos todo este tema al mundo del emprendimiento y de los empresarios nos damos cuenta que de igual forma están arraigados en el marco mental del «aquí y ahora», mientras que, los casos de éxito nos han enseñado que más allá de enfocarnos en el presente, deberíamos tener, al mismo tiempo, una visión sobre lo que perdurará dentro de 10 o 50 años.
Es decir, ya no basta con solo ser el mejor y el «único», el mundo y las siguientes generaciones necesitan que construyamos algo que perdure o como Krznaric lo propone, convertirnos en mejores ancestros.
Tampoco significa que todo esto sea sencillo, tratar de incorporar una visión a largo plazo incluso podría ir en contra de la misión de una empresa, sobre todo, si pensamos en startups, que a menudo lo único por lo que luchan es por sobrevivir.
Sin embargo, si piensas en cosas que no cambian muy rápido, si operas con una perspectiva más a largo plazo, es entonces cuando realmente tendrás una ventaja porque todos los demás son completamente miopes. Lo que sucede cuando miras a más largo plazo es que piensas menos en cosas como los competidores y piensas más en la escala de la civilización, las necesidades de infraestructura y la alimentación de la red. Te enfocas en todas estas otras cosas que, a la larga, siempre serán más importantes y pueden diferenciarte al tener un enfoque que otros no tienen.
La realidad es que en la mayoría de los casos estamos tan ocupados en el presente que se nos va de las manos el futuro, Adam Grant le llama a esto un «atrincheramiento cognitivo», cuando los fundadores se apegan demasiado a sus patrones de pensamiento existentes, se convierten en prisioneros de sus propios prototipos. Están encarcelados por su éxito porque el negocio de innovación verdaderamente disruptiva que cambiará el juego vendrá de fuera de su éxito principal.
La razón por la que proviene de fuera de su éxito es porque cuanto más exitosa es una empresa, más probabilidades hay de que utilice el dinero para tratar de resolver un problema. Y entonces lo que pasa es que las grandes empresas intentan comprar soluciones no crearlas.
Ahora, a las startups también les gustaría hacer eso, pero no tienen recursos. No tienen dinero. No tienen gente. No tienen nada. Así que, en su lugar, tienen que ser realmente «rudos» y tienen que inventar, encontrar e innovar una solución y todo esto hacerlo sin recursos. Y esa es la solución que a la larga no solo funcionará sino que sobrevivirá al tiempo. Al final, esa es la solución es la que terminará teniendo éxito porque se utilizó el ingenio y la creatividad para generarla, en lugar del dinero.
Entonces, las grandes empresas dicen: «A partir del lunes vamos a comenzar a implementar innovación en toda la empresa», pero el problema es que para hacerlo, significa que tienen que salir de la optimización por la que han estado trabajando tan duro los últimos años. El problema es que la innovación siempre se encuentra en un territorio donde los beneficios son bajos. La excelencia por la que todos han venido trabajando, la optimización y la eficiencia, no es útil aquí. Nada está probado. Existe una alta tasa de fallas. Es un lugar terrible para hacer negocios. Las únicas personas que hacen negocios allí son personas locas. Ninguna persona cuerda estará allí.
Para trasladar a una gran empresa a ese loco territorio de innovación se requiere la suboptimización. Se requiere retroceder. Significa hacer menos excelencia. Y no hay nadie ni nada en la empresa que quiera ir en esa dirección.
Esta es la ventaja para las nuevas empresas. En realidad, la falta de recursos, es su principal activo.
No seas el mejor, sé el único
Si analizamos el éxito de personas y compañías y lo graficamos nos daremos cuenta de que cuanto más curvilínea es su trayectoria profesional, más alto han llegado. Ninguno de ellos tiene un camino directo o lineal. Esa linealidad hace mucho que se rompió tal y como Jon nos lo cuenta aquí.
Jerry García de The Grateful Dead, dice:
«No seas el mejor, sé el único»
Esto último pareciera un pensamiento contradictorio para el mundo moderno que hoy habitamos, un mundo donde se nos ha vendido la idea de que «más es mejor».
En realidad, tanto a nivel personal y empresarial, es más valioso y rentable a largo plazo cuando no hay un nombre para lo que estás haciendo, eso significa que no hay una categoría y tienes dificultades para explicarle a la gente qué es lo que estás haciendo. Eso significa que estás en el camino para convertirte en el único porque no existe tal categoría.
Si estás tratando de convertirte en el mejor jugador de baloncesto del mundo, ese es un juego de suma cero. Solo hay un número limitado de jugadores de Grandes Ligas y está arreglado. Pero si vas a convertirte en el mejor profesional de golf a caballo, no estás compitiendo contra nadie. Eso es único en su clase. Estás haciendo tu propio nicho. No tienes que desplazar a nadie o tomar el trabajo de otra persona.
Ahora, no se trata de hacer cualquier cosa, tienes que hacer algo para lo que estés equipado, es decir, algo para lo que poseas talento y habilidad. Pero sabemos que todo en esta vida tiene un precio y el precio a pagar por ser el único es que no solo tendrás problemas para decirle a la gente lo que estás haciendo o para convencer a los inversores de que tendrás éxito, sino que también tendrás que ser increíblemente consciente de tus propias habilidades y talentos.
Si tu empresa no ha planificado ni para hoy ni para mañana, empieza ahora. Elimina el cortoplacismo de tu pensamiento estratégico, desterrando esas soluciones fáciles de final de mes que podrían salvarte este mes pero comprometer tus resultados en el futuro.
Haz que tu proceso de planificación sea más riguroso y mantén a todos enfocados en la estrategia incluso mientras toman decisiones operativas diarias. Evita esos planes demasiado ambiciosos y en su lugar adopta un enfoque mesurado, equilibrando las ganancias a corto plazo con la inversión en el crecimiento futuro. Puede que creas que es demasiado tarde para implementar un plan o una estrategia a largo plazo, y puede que tengas razón. Pero probablemente no.
Recuerda:
«El mejor momento para plantar un árbol fue hace veinte años. El segundo mejor momento es hoy»